Saber si estamos tomando la ración adecuada para nosotros no es siempre fácil. A veces nos preguntamos si estamos comiendo la cantidad correcta o si comemos demasiado, miramos el plato del de al lado o lo que comen los demás y vemos que hay diferencias considerables. Unos se sienten saciados con poco y otros necesitan más. La buena noticia es que todo tiene una explicación lógica, o más bien, “fisio-lógica”, cada persona es un mundo y la cantidad adecuada siempre será diferente para cada uno de nosotros. Un parámetro que nos puede orientar sobre si estamos comiendo bien es nuestro peso corporal. Normalmente si logramos mantenerlo es que hay un buen equilibrio entre lo que comemos y lo que gastamos. Pero esto no es todo, aún hay más.
Nuestra forma de alimentarnos está condicionada por varios factores: nuestro propio metabolismo, lo que nos han enseñado, los hábitos adquiridos, los gustos personales y nuestro contexto de vida. Metabólicamente todos somos distintos y la energía y nutrientes que tomamos se aprovechan, acumulan y eliminan de diferente manera y con diferentes niveles de eficacia. Es por esto que nunca podemos compararnos y pretender comer igual que los demás, cada uno necesitará una cantidad adecuada de comida para obtener los nutrientes necesarios.
La clave está en el “poder de la mente”. En nuestro cerebro se controlan, entre otras, las funciones del gusto, del olfato y de la saciedad, que son las más directamente relacionadas con la toma de alimentos. El olfato y sobre todo el gusto es un sentido que, al igual que en el resto de animales, nos sirve para detectar sustancias químicas peligrosas para nuestra salud. Lo que ocurre es que ya hace muchos años que el ser humano dejó de utilizar esta función por consumir alimentos conocidos y preparados por él mismo. Además de esto, en las primeras etapas de la vida, el sabor dulce es el que se reconoce como seguro, pues es el primero aprendido durante la lactancia materna.
Después cuando somos niños vamos aprendiendo a aceptar otros sabores, aunque eso cueste su tiempo, pensad en las caras “divertidas” de los bebés cuando prueban por primera vez la fruta, con su acidez, o la verdura, con su toque insípido comparado con el dulzor de la leche. Por suerte nuestro cerebro aprende a aceptar los alimentos con diferentes sabores, y ese proceso de aprendizaje nos suele resultar placentero, con lo que disfrutamos probando una nueva receta, un nuevo restaurante o la gastronomía de una nueva cultura. Cocinamos y elaboramos los alimentos para deleitar al gusto, por tanto este sentido y su relación con lo psicológico es muy importante. El placer es muy importante.
La saciedad es el mecanismo fisiológico que nos ayuda a saber cuándo debemos parar de comer con el objetivo de conseguir lo que necesitamos nutricionalmente pero sin pasarnos a nivel calórico. Lo que ocurre es que este mecanismo lo tenemos a veces algo confundido con otras señales y eso nos lleva a preguntarnos, ¿por qué me gusta lo que no me conviene o me cuesta parar de comer cuando algo me gusta? Tiene dos explicaciones básicas.
La primera es que la tendencia natural de nuestro organismo es tener afinidad por los alimentos más calóricos, dulces y ricos en grasas, debido a que aún funcionamos con los “genes ahorradores”, esos que hacen que el cuerpo guarde reservas para las épocas de escasez. La cuestión es que en nuestro contexto actual, en países desarrollados, este mecanismo ahorrador no nos sirve de mucho y nos hace engordar. La otra explicación es que probablemente no hemos educado lo suficiente a nuestro paladar, y no le hemos acostumbrado a disfrutar de lo que es saludable. Pero lo que está claro es que cuando una persona cambia sus hábitos alimentarios y los hace más sanos, difícilmente vuelve hacia atrás.
Y, ¿qué hacemos si el entorno nos ofusca? La información y el conocimiento son las mejores herramientas para que el contexto no sea una limitación para comer bien. A partir de ahí podremos realizar elecciones saludables, decidir qué voy a tomar y qué no, y decidir también cuánta cantidad es la que quiero y necesito. El cuerpo es muy sabio y la mente muy poderosa. Debemos escuchar a nuestro organismo, si tiene hambre o ansiedad, si está saciado o lleno, todo son matices, pero las pequeñas mejoras en la alimentación del día a día, nos llevan al gran cambio.
Esto es aplicable también a esos momentos en los que nos ponemos a dieta para perder unos kilos. Si restringimos mucho las calorías que vamos a tomar, nuestro organismo notará una gran diferencia que no entenderá como nosotros, y reclamará comer más, provocando más sensación de hambre y encima más almacenamiento de reservas “por si acaso”. Nuestra mente también tiene un gran poder en esta situación, si nos privamos de algo en gran medida, no haremos otra cosa que desearlo. Por eso, lo que funciona son los pequeños cambios y siempre de forma paulatina.
Todo es tan complicado o tan fácil como lo queramos enfocar. El truco para una alimentación saludable está en comer de todo, muy variado y sobre todo disfrutar. ¡Si hay placer aprendemos rápido a comer bien!