¿Eres comedor emocional?

Lo hemos visto cien veces en cientos de películas. Chico deja a chica, chica abre el congelador y cuchara en mano, ataca un helado hasta no dejar ni una gota mientras llora en el sofá. La comida como solución ante un estado emocional anormal surge como una respuesta casi inmediata, tenemos el imaginario lleno de estas imágenes.

La vida está llena de momentos agridulces y tristes. Y no se trata solo de emociones, puesto que traspasan nuestro estado de ánimo hasta influir en otras áreas, como es el caso de la comida.

Cada uno reaccionamos de forma diferente ante lo negativo, pero cada vez podemos encontrar en más ocasiones lo que los médicos llaman ‘comedores emocionales’. Personas que canalizan su estrés o su tristeza a través de la comida.

Tiene bastante sentido, puesto que nuestra cultura también asocia con la comida la alegría. ¿Acaso nuestras celebraciones se hacen lejos de una mesa? Nunca. Cada vez que hay una ocasión especial, tardamos poco en ir a cenar o a merendar o en preparar algo diferente para comer.

Los comedores emocionales no pueden evitar sentir un impulso irrefrenable por comer en abundancia cuando tienen estrés o ansiedad, frustración o tristeza. Eso les lleva a comer de forma inadecuada cantidades poco recomendables, que a la larga puede influir en aumentar de peso.

Para intentar reconocer si alguien es comedor emocional, basta con preguntarse ciertas cosas. Por ejemplo, si comemos sin hambre solo porque algo nos gusta, si no sabemos diferenciar entre hambre o antojo, si la cocina es nuestro refugio en caso de malestar…

Remediarlo no es tarea fácil, ya que implica aumentar la capacidad de control y sobre todo, frenar los impulsos que nuestro cuerpo nos pide.

Una buena manera de ‘frenarse’ es escribir lo que vamos a hacer. Por ejemplo, ‘voy a comer chocolate porque estoy triste’. Al lado, podemos poner ‘¿el chocolate va a eliminar el problema que me hace estar triste?’. Sabemos que no. Démosle unos instantes a nuestra mente para que racionalice.

Otro truco recomendable es bajar a la calle. En casa estamos rodeados de tentaciones. Podemos ir a dar un paseo, dejando el monedero en casa, armados solo con una botella de agua. Pasear nos ayudará a despejarnos y a que se nos olvide el hambre, que no es hambre, sino ansiedad o estrés.

Si estamos tristes o estresados, podemos probar a llamar a alguien por teléfono. Desahogarnos, hablar con alguien, escuchar su punto de vista y comprender que el mundo no se acaba nos ayudará a rebajar el nerviosismo y por lo tanto, las ganas de comer.

Eliminar toda la comida basura de casa o que sea susceptible de convertirse en algo ‘bueno’ que comer de forma descontrolada es otra manera de reducir la posibilidad de atracones. Si cuando abrimos la nevera solo vemos fruta y verdura y nos hacemos una macedonia, estaremos comiendo sano.

Los médicos también recomiendan llevar un diario de comidas y premiarnos cuando completamos un día comiendo de forma sana y normal. No como si estuviéramos a dieta, sino simplemente intentando comer bien, tomando fruta y verdura, bebiendo agua, haciendo un desayuno completo, una comida normal y una cena ligera.

Si sentimos que se nos escapa de las manos, quizás deberíamos acudir a un especialista para que nos ayude con la ansiedad y el estrés, puesto que la comida solo es un efecto secundario de algo más importante.