Con el peso pasa lo mismo que con el color de los ojos, el tono de la piel, ser alto o muy chaparro: hay una instrucción en nuestro código genético que determina esta y otras cualidades que, como en cada caso, pueden gustarnos unas más que otras y aunque la industria de la nutrición se encuentra en la cúspide de la popularidad, sobre todo en lo que corresponde a perder kilos de más, para la ciencia, la obesidad debería ser vista con más seriedad que el irresistible deseo de lucir impecables en una talla 3.
En ese sentido, Jeffrey Friedman, especialista en genética molecular, sacó a la luz por allá del 94’ la existencia de una hormona encargada de regular el apetito: la leptina. Este integrante de nuestra información genética reacciona ante la presencia de grasa en los alimentos que ingerimos, de manera que cuando hace falta en nuestro cuerpo, produce la sensación de hambre y una vez que tomamos alimentos, actúa también generando saciedad.
Para entonces lo que quedó claro fue que el gran problema de la obesidad con todo y su origen en una mala jugada de nuestra genética, también radica de fondo en una cosita que tantos problemas y placeres nos ha traído: el hambre. ¿Qué pasa con nosotros que no podemos controlar ese impulso de arremeter hasta el final con ese betún de mantequilla?
Además del destape de la leptina hace una década, en estos días dos grupos de investigadores hicieron nuevos descubrimientos al respecto de la función cerebral que nomás no te permite llevar a buen término todos los regímenes alimenticios que has tratado de poner en práctica para terminar con tu sobrepeso.
El primero, desarrollado por investigadores de la Escuela de Medicina de Harvard y publicado en la prestigiosa revista Nature, explica que contamos con un circuito que controla el apetito y que, a su vez, es estimulado por una proteína nombrada por los expertos como MC4R. A través de un experimento con ratones, el equipo encontró la manera de provocar esta reacción de manera artificial.
Para ello colocaron un implante en el cerebro de un grupo de roedores hambrientos y los dejaron elegir entre dos cámaras, una de ellas iluminada con un láser que estimularía el implante. A la par otro equipo de ratones comunes, es decir, no modificados, fueron puestos en la misma situación. Durante el experimento, los ratones modificados prefirieron ir al lugar en que la luz activaba su implante y aliviaba el hambre, mientras que el resto no tuvo la misma preferencia. Esto ocurre porque las neuronas que controlan el apetito, ubicadas en el hipotálamo, envían señales a un lugar en nuestro cerebro llamado núcleo lateral parabraquial para detener el impulso de atacar el alimento.
Otra investigación, liderada por Scott Sternson, investigador del Instituto Médico Howard Hughes, se ha encontrado con un nuevo grupo de neuronas que, al parecer, generan en animales una sensación negativa asociada con el hambre por lo que, cuando esta llama, el animal rápidamente come para silenciarla. Al respecto, el especialista propone que es probable que estas neuronas modifiquen su comportamiento para prevenir desórdenes alimenticios o hasta inanición, si el individuo se encuentra sometido a un régimen alimenticio que lo hará perder el peso al que su cuerpo ya estaba habituado.
En opinión del equipo, si fuera posible desarrollar una fórmula que modifique el comportamiento de este grupo de células en el cuerpo humano estaríamos ante la posibilidad real de combatir la causa principal del sobre peso: el hambre descontrolada; de hecho ese sería el ideal de ambas investigaciones.
A pesar de lo bien que suena todo esto, Jeffrey Friedman, sostiene que no se trata de entregar a la humanidad el Santo Grial para lograr un cuerpo de calendario sino de recuperar la salud perdida frente a los múltiples problemas que trae consigo la obesidad. Una persona puede no ser delgada y aun así estar saludable si su alimentación no consiste en vaciar el refrigerador y la panera en una comida; o bien, estar muy enferma con todo que tenga el mismo cuerpo que Cameron Díaz.
De hecho también ha comentado que prácticamente ninguna dieta de las que rondan en el mercado ha podido ser científicamente comprobada pues el tiempo que toma hacer un muestreo y análisis válido siempre es mucho mayor al que las personas resisten estar bajo régimen. Todo apunta, ha dicho, a que lo mejor sería llevar una dieta equilibrada, sin quitar de tajo ni la carne, los vegetales o el betún de mantequilla; es decir, lo que ya tanto nos han dicho. Por lo menos ahora sabemos algo nuevo: nuestra falta de voluntad tiene origen en la función cerebral. Es algo así como nuestro cerebro diciéndonos: ‘no eres tú, soy yo’.